La crisis por el Coronavirus ha determinado un cambio de la realidad cotidiana a lo largo de todo el planeta y nos enfrenta a un futuro incierto en la mayoría de los aspectos de la vida: económico, social, laboral, educacional, etc.
Este futuro incierto produce gran incertidumbre, la que a su vez despierta en los seres humanos una sensación de falta de control, desorganización, ansiedad y mucho miedo.
Desde la prehistoria hemos luchado para controlar los factores que determinan nuestro futuro, más que ninguna otra especie en el planeta, y probablemente por esta razón los humanos hemos llegado a tener una falsa idea de dominio sobre nuestra existencia. El coronavirus viene a recordarnos que todo eso es mentira, que cualquier día aparece un microorganismo que puede arrasar en algunos meses con la humanidad completa.
Pero además de las amenazas biológicas, vendrán otras asociadas a peligros medioambientales que han sido consecuencias de nuestro mal uso de recursos naturales, asociadas a crisis sociales como resultado de las grandes inequidades que existen en la mayoría de los países del mundo, y muchas otras contingencias que ni siquiera sospechamos.
Frente a este escenario, pensar en retornar a la normalidad es casi ingenuo, y más bien deberíamos prepararnos psicológicamente para enfrentar un futuro de inestabilidad y cambios permanentes. Esta preparación es especialmente necesaria si nos identificamos con algunas de estas frases: “los imprevistos me molestan mucho”, “es frustrante para mí no tener toda la información que necesito”, “cuando estoy indeciso/a no puedo funcionar muy bien”, “quiero saber siempre qué me depara el futuro” o “la incertidumbre me impide dormir bien”.
Si alguna de esas frases nos resulta conocidas es imprescindible que comencemos a ejercitar el músculo de la flexibilidad cognitiva -definida técnicamente como “la capacidad humana de adaptar estrategias de procesamiento cognitivo para enfrentar nuevas e inesperadas condiciones en el medio ambiente”-, ya que solo de esta forma podremos sobrevivir de buena manera este nuevo escenario.
La evidencia científica ha demostrado que las prácticas que se relacionan con el mindfulness o la meditación clásica son efectivos tratamientos para la ansiedad relacionada con la incertidumbre, pero que también tienen un efecto directo en mejorar significativamente la flexibilidad cognitiva. Sorprendentemente la evidencia también apunta a que el ejercicio aeróbico regular y la dieta libre de hidratos de carbono altamente refinados también mejoran la flexibilidad cognitiva; sabemos que no hay salud sin salud mental pero aparentemente tampoco hay salud mental sin salud.
Hemos sido durante siglos una especie estrella por sus capacidades de adaptación y de control del medio, tal vez es el momento de inclinar la balanza hacia la adaptación y entrenarnos en soltar nuestra ansiedad de control. De esa forma nos regalaremos una cuota de saludable flexibilidad y felicidad.
¡Que la No Normalidad nos pille preparados!
Dra. Claudia Barrera Renault
Gerenta General de Grupo Cetep y médico psiquiatra